El cielo. El infierno.

Caer sobre mi mundo.

Subir a lo más alto, sobre el acantilado, y caer sobre mi mundo. Ver como caigo junto a él, con él, quizás por él, tal vez sea así. Me descuido... y el asfalto se hace arena entre los dedos de mis pies. Extiendo los brazos. Miro hacia abajo. Cierro los ojos. Y ahora vuelo sobre mi mundo. Me dejo caer, ahora... liviano, como una hoja seca de éste otoño que se cierne sobre mi y me golpea el hígado con sus cortinas de humo. Las luces se apagan. Solo quedan sombras de mi. Me hago etéreo para saborearme desde fuera, me hago viento para huir como hoja que soy, seca pero tierna aún, aunque sólo en el tallo. La clorofila no funciona. La luz no me llena. La tierra no me sacia. No sacia mi hambre. No despegué los pies aún, aunque estuviese flotando... es más... se hunden en el lodo, y ya no hay sol, ya no hay cantos de sirena sobre la divisoria de los dos mundos, sobre la divisoria del cielo y la tierra, del cielo ésta tierra: mi infierno. Ya no hay sol en los campos albahaca y cañizos de las cuencas de mis ríos. Ya no hay dolor. Ya no hay sentido. Mi alma se vierte sobre el fango putrefacto, inundando mis pies. Mi alma, mis pies. Mi alma, a mis pies. Mi alma... bajo ellos. En el infierno. Sólo un rescate, héchame la soga, pero ten cuidado con mi cuello. Destruir te destruye. Consumirme me hace ceniza. Ceniza sobre el lodo. Ceniza del infierno. Sin alterar el párrafo, sin deshacerlo en más de uno. Uno corrido. Un muerto. Cero heridos. Un asalto al tren de los sueños... desde el apeo avernal de la sonrisa triste y parada. Regálame luz. Dame luz, que ya no tengo vela, y parece que nadie me la dio para éste entierro. El mío.

Retazos de bipo

Cambiante de piel, mi muda es casi metódica, crónica, tan letal como mordaz.

Cambiante de piel, de esa que salta a tiras, quedándose entre uñas ajenas, dejando mi cuerpo roído.
Dejando mi cuerpo a solas.

Cambiante de piel, un problema, mi ser, necesitar, querer...

Cambiante de piel. Morir para vivir. Vivir sin morir. Vivir muriendo. Morir de vida. Vivir para no morir. ¿Morir para qué?

Cambiante de piel. Mi castigo. Una losa. Un peso. En el alma rota y descompuesta, desgarrada, DESNUDA.

Todo cambió el 15 de Agosto.
Vi la rosa entre las zarzas, aprisionada entre sus pinchos, y allí metida, aún a oscuras, se apreciaba el rojo de su ser, la sangre de sus pétalos corridos por el deseo de correrse de nuevo.

No me pierdas, no lo hagas, si no quieres... el tiempo aún pasa lento... o eso nos hace saltar.