...porque cuando te miro...

...una sonrisa te leo...

...cruzados...

Debo decir que me duele una mujer,
en todo el cuerpo.

Araño las virutas de su piel
sin que se de cuenta de que...
además de desgarrarla a ella...
ella me desgarra a mi. 

Chapoteo en cada charco que me refleja la cara,
la cansada cara que porto, que no aporta nada.
Rompo los mil espejos que no te rebotan.
Sólo quedó en pie el de tu habitación, 
profanado, avergonzado, enloquecido
de ver dos cuerpos siendo masa.

Se van los fríos de éstas orillas en corrientes alternas,
electrificando el vínculo, calentando la masa.
Ando descalzo, sólo así me siento más pegado al suelo
del que tanto huyo, o al menos, lo intento.
Me esfuerzo por no pasar sobre el barro marcado,
lo consigo, soy más hábil, y ahora tengo más fuerza,
la tuya. 

Ermitaño, barbudo, un soñador, un loco, raro, freak.
Y así creo muros, ahora desconchándose de la cal,
cal que cae sobre mis heridas.

¿quién cojones quiere el "glamour"?
¡yo sólo quiero estar con ella!
El barro en la calle... siempre guarda las huellas de los caminantes. 
Salgo cuando nadie me ve, a escondidas, en silencio. Oculto en el manto de la noche, abrigado por un frío que siento, pero que no me molesta en absoluto. Tengo una maraña de hilo en mi cabeza, una decena de cabos sueltos, que no sé si quiero, o no, atarlos. Me siento en el suelo. Lío un cigarrillo. Saco mi ZIPO y lo enciendo. La primera bocanada siempre es la que contiene más humo, o al menos, es la que menos me gusta. Todo sería más fácil sin agua. Un camino de tierra seca plagado de oasis, que cruzase toda esa, entonces, seca llanura. Y recorrer los meses caminando por ella hasta llegar a ti. No entiendo de corazones, no entendía, sólo les hablaba, y los hablaba. A duras penas... atiendo a razones, y en múltiples situaciones... me veo precisado de ellas. Hace tiempo que no gasto palabras más que en ti. Que no vale nada... si no es contigo. Que algo de mi ya se fue para allá. Lo que más quería. A veces temo no recuperarlo. Y me puedo yo mismo cuando estoy solo, que siempre lo estuve. Pero ahora me puedo y me atranco, y no sé caminar, soy un crío estúpido con el carácter de un viejo gruñón, pero sólo para mi, aunque a veces, se me escape algo. Pero en la soledad más querida, en la de mis noches, tirado sobre la cama, no lo estoy ya. Porque te pienso como durante el día, con deseo, con pasión. Y veo tus caderas moverse, y tus manos paseando líbremente por tu cuerpo. Y las odio. Y las imagino en otro sitio. Y así encuentro mi paz contigo. Y dejo de poderme a mi mismo. Y cojo la mano que me tiendes, y la mimo. Y te abrazo. Y te acaricio. Y es que a veces me falta la dulzura en mi día a día, me falta mi lobo noche tras noche. Eres un equilibrio necesario que no quiero perder. Porque ya no veo nada como antes. Todo mi mundo a cambiado, menos yo. Tú me haces más yo. Eres la magia de mi vida. Y si te hice mal... perdona.



"...The wind is in your hair,
it's covering my view 
I'm holding on to you,
on a bike we've hired 
until tomorrow..."

...breve paso entre dos mundos...

Estaba parado en mi coche, en un semáforo, absorto en mi mismo, analizando todo lo que me rodeaba, como si fuese un fantasmagórico espectador, alguien que allí no importaba a nadie. Miraba todo con detenimiento, como si abriese por primera vez mis ojos y descubriese un mundo nuevo, ese que tantas veces descubría en mis días, en mis horas, durante el cuarto de siglo ya pasado. El cruce de "Las cuatro esquinas". Todas las hormigas que deambulaban por aquellas calles eran las mismas de siempre. Muchas desconocidas... pero todas con un mismo semblante, propio, falso, chillón, inapetentes de vida y tan hartos de jactarse de ella. Frente a mi, pintando la calle a ribetes blancos, un paso de peatones que nunca antes había simbolizado, como en ese momento, una tregua entre dos mundos tan opuestos. A la izquierda del paso, él esperaba paciente aque pasaran los treinta y un segundos que duraban allí el rojo. Tenía la tez blanquecina, huidiza de sol, los mofletes enrojelloracidos por un andar algo pesado. Sus gafas, sus zapatos, su reloj, su traje, todo inmaculado, como su propósito. Cogiendo al peso con su mano derecha, un portafolios de piel negra y un libro, también de tapas negras, y con una inscripción dorada que invitaba a la vida eterna de la que él se había enamorado y a la que él había entregado su vida dando la propia al cambio, perdiéndose de todos los secretos pecaminosos que nos hacen sentir realmente vivos. Sus pose inquieta transmitía una extraña tranquilidad. Metió la mano en su bolsillo izquierdo y sacó su teléfono móvil. Hacía como si estuviese haciendo uso de él, pero probablemente sólo lo bloqueaba y desbloqueaba, mirando una y otra vez la hora, viendo encenderse y apagarse mil veces la luz de éste. Parecía que lo usaba, pero sólo pretendía distraer la atención de aquellos que lo fijaban en su entrecejo. En la esquina de enfrente, al otro lado del paso, casi llegando a la puerta de la Confitería El Paso, un matrimonio cuarentón que, por ordinarios, se mimetizaban en el gris del asfalto. Y un paso detrás, una chica. De repente el verde del peatón. Fijé mi mirada en él, se dispuso a cruzar, cruzó de repente... su mirada dirigió la mía, y la dirigió hacia ella, y se perdió en ella, y yo caí en su ser. Vestía ropas oscuras que contrastaban con su blanca piel, y su pelo era aún más moreno que el portafolios que aguantaba él, ella poseía la mirada más endiablada que pueda una persona ver en un rostro tan fino como lo era el de aquella chica. Todos sus rasgos faciales eran suaves y afilados. Incluídos sus ojos de aspecto oriental, bordeados de sombras prefabricadas, que la daban el aspecto terrible a aquella chica. Pero él, sabiéndola el demonio, la miraba entre el deseo de salvarla... y el deseo de arrancarle la piel a tiras, y no por tortura, sino por por bravura de loco amante. Se debatía en tan sólo décimas de segundo... entre acatar el cielo o disparale a la sien. Y casi le dispara a la sien al cielo. La chica caminaba detrás de la pareja ordinaria y, tras éstos, se metió en la Confitería. Él se había quedado inmóvil, a un paso de la acera, y no pudo despegarse de ella, ni de sus ojos hasta que no le dejó más opción que la de mirarle el trasero. Era el demonio, él... un ángel... o no tanto. 


Uno renuncia a su vida, puede hacerlo, pero jamás a sus deseos.